martes, 12 de marzo de 2013

Mujer y Trabajadora

Mi pequeño homenaje para el día de la Mujer lo lanzo en este escrito, que no es mio, pero creo que refleja la realidad de muchas mujeres en nuestro pais, por desgracia, aún hoy.


Abrí el pequeño cajón, saqué su cartilla y la acompañé a la Caja de Ahorros para cobrar su pensión._ ¿Nena, lo han anotado bien? ¡Míralo! ¿Qué pone?-me preguntó. Balbuceé antes de poder leer “PENSION DE JUBILACION: 35.000 pesetas”.




Estaba escrito en letras mayúsculas, a mi parecer demasiado fanfarronas al lado de una cifra tan pequeña. Mientras caminábamos de vuelta a casa cogidas del brazo, a cada paso, mis pies y los suyos, casi a la par, pisaban baldosas...pequeñas baldosas en forma de flor de cuatro pétalos, pero a pesar de ello, la acera continuaba siendo gris.



Treinta y cinco mil pasos y ‘Les Seixanta Escales’, sesenta escaleras para salvar el gran desnivel entre las calles. Y mientras las subíamos, descansábamos en cada rellano, para recuperar el aliento.



_ ¿Ves, reina? Me pagan aún cuando sólo pude trabajar unos años, en Can Maristany, tejiendo velas. ¿Qué te parece?-me dijo con el brillo de felicidad en la mirada del que recibe un regalo.



Me explicó entonces lo afortunada que se sentía por recibir su pensión. Recordó su primer día de trabajo con apenas 14 años, para costear la casa y la familia cuando el padre le faltó. Y de cómo, para convertirse en buena esposa merecedera, tuvo que decir adiós a su telar. Estando en casa, a cada paso de escoba, a cada vuelta de tortilla, a cada golpe de hazada recordaba el tacto del hilo pasar.


Pero pronto, el día a día se la comió y no tuvo tiempo, no tuvo tiempo ni para añorar...Su casa y la de los abuelos, luego la niña desvalida y el marido enfermo, padres ya demasiado ancianos para estar solos y una inmensidad de sábanas esperándola impacientes en el lavadero junto al tendedor y la tabla de planchar.



¿Y los vestidos? Los vestidos, siempre a medio hilvanar... Al final de las sesenta escaleras siempre se giraba y miraba atrás pero nunca, nunca hacia abajo.



_¡Fíjate, mira qué alto estamos! ¡Desde aquí se ve el mar!-exclamaba como si lo viera por primera vez. Y con aquella mirada satisfecha mirando el mar en la lejanía, me sonreía.



Parecía que ya no recordara que habían sido nada menos que sesenta escaleras las que tuvo que superar. Y sus latidos medio atropellados se serenaban ante el azul casi celeste de nuestro mar.



En memoria de todas las mujeres trabajadoras ‘sin jornal’ que al final de sus vidas aún se sentían felices con su pequeña jubilación.



Les Seixanta Escales (Las Sensenta Escaleras). Lydia Giménez Llort